
Todos esculcamos cada cierto tiempo, cuando nos acordamos de lo que contienen esos armarios desordenados que abrimos con poca frecuencia, o bien cuando nos enfrentamos a una situación donde es necesario: una mudanza o la muerte de un ser querido. Esculcamos cuando nos dejamos llevar por cierta nostalgia que también está dotada de curiosidad, del deseo de descubrir y re-descubrir, de enfrentarnos a objetos que no conocemos y de ver los que sí de una manera siempre distinta, porque eso es lo interesante detrás de guardar objetos: su significado cambia con paso del tiempo, al igual que la identidad y la memoria.
¿Pero qué sucede cuando esculcamos? abrimos el cajón desordenado de nuestra mesa de noche, la caja de recortes o el famoso “baúl de la abuela” y nos sentamos a sacar objeto por objeto. Lo examinamos, evocamos un recuerdo, en ocasiones se nos escapa una lágrima o una carcajada. Pero pasan un par horas y abandonamos la memoria para volver a habitar la realidad. Guardamos los objetos de cualquier manera y hacemos lo mismo unos años después, cuando recordamos que allí se encuentran.
Este proyecto surge entonces de la necesidad de trascender el acto de esculcar: una práctica que todos hacemos con cierta frecuencia pero que suele pasar desapercibida. Cuando esculcamos nos enfrentamos a esos fragmentos de memoria que cargan los recuerdos que definen quiénes somos, pero a primera vista no parecen ser más que un desorden sin conexión alguna. A través del desarrollo de esculcar-se, una metodología para esculcar que surge como una forma de apropiarme de los principios básicos de la archivística, busco visibilizar las conexiones que existen entre los objetos y los recuerdos que cargan, que aunque no siempre son evidentes, son capaces de reconstruir nuestra memoria.